Pablo Montanaro
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Neuquén.- “Vino a entrenar un chico que vive en un hogar porque tuvo problemas, y el profe quiere que lo ayudemos a integrarse”, les comentó Tomás Vázquez a sus padres mientras se preparaban para cenar. El pedido que el director técnico les hizo a sus jugadores en el vestuario, antes del entrenamiento, quedó resonando en este chico de 12 años que juega al fútbol en las inferiores del club Pacífico. Lorena Sosa (40 años) y Gustavo Vázquez (48), como también su hija Sofía (17), se dieron cuenta de que esa noche de mediados del año pasado Tomás “vino con la necesidad de contarlo y ver cómo podíamos ayudar a su nuevo compañero”, comentó Lorena a LM Neuquén.
Días después, en un partido de Lifune, a Gustavo le llamó la atención la forma de jugar de uno de los chicos del Decano, a quien nunca había visto. Supo que se trataba del compañero nuevo “que había tenido problemas” y que provenía de una localidad del interior de la provincia para vivir en un hogar para adolescentes de esta ciudad.
Con 13 años, C. había transitado una vida difícil junto a sus padres y sus cuatro hermanos, por lo que fue derivado a un hogar dependiente del Ministerio de Desarrollo Social. Una vez instalado, le consultaron sobre las actividades que deseaba hacer. Contestó que le gustaba jugar al fútbol. Las autoridades del hogar se comunicaron con los directivos de Pacífico, quienes conocieron la situación de C. y le ofrecieron incorporarse.
En su casa del barrio Belgrano, Tomás no paraba de hacer comentarios sobre C. “Decía que le caía bien, que quería conocerlo más y que quería invitarlo a casa”, contó Lorena. “Nos pareció bárbaro la idea de invitarlo, estaba bueno que pudiera rehacer su vida después de todo lo que le pasó y que ahora tuviera buenos amigos”, agregó.
Ante los pedidos insistentes de su hijo menor, la pareja se contactó con el director del hogar para saber cómo podían hacer para que C. pudiera compartir unas horas con ellos, más allá de los entrenamientos y los partidos.
Después de algunas entrevistas con el grupo interdisciplinario, les dieron la autorización para retirarlo. Los encuentros se fueron haciendo más frecuentes, hasta que una noche la familia Vázquez analizó la posibilidad de convertirse en una familia solidaria (ver aparte). Esto implicaba acoger temporalmente a C. mientras se intenta revincularlo con su familia biológica.
“Ya que la vida le había dado cosas malas, nos pareció necesario que pudiera tener la posibilidad de recibir cosas buenas”, describió la mujer, y agregó que esa noche Tomás les dijo que estaba feliz “porque iba a tener otro hermano”.
La decisión de los Vázquez coincidió con la propuesta que les presentó la Dirección de Familias Solidarias de la provincia. “Nos llamaron para preguntarnos si queríamos ser una familia solidaria para C. debido al vínculo que habíamos establecido con él. Nosotros estábamos convencidos de encaminarnos en eso”, dijo Lorena.
Luego de los trámites y entrevistas con el equipo interdisciplinario compuesto por psicólogos y trabajadores sociales de la mencionada área, el 24 de marzo C. dejó el hogar para convivir con su “nueva” familia.
Para Gustavo, en aquel partido en el que lo vio jugar por primera vez, “un delantero con una garra y actitud que me hizo emocionar para un futbolero como soy yo”, se había establecido un vínculo “muy fuerte”. “Cuando salió del vestuario lo abracé, le dije que me había hecho emocionar. Él me abrazó y me agradeció”, contó y la emoción lo desborda. “Todavía no me tutea, es muy respetuoso”, agregó.
“Cuando surgió la idea de que viviera en casa me puse recontenta, aunque sabíamos que iba a ser un desafío para todos”, sostuvo Sofía. Recordó que cuando C. tuvo que viajar unos días a su lugar de origen, “la casa no era la misma sin él”.
Una de las prioridades que se propuso la familia era que C. comenzara el secundario. En el hogar había terminado la primaria. Luego de sortear algunos obstáculos, C. ingresó a primer año de un colegio técnico de la ciudad. “Le cuesta un poco porque no tuvo una buena base en la primaria, pero le pone garra”, aseguró Lorena. “Además de ayudarlo en la tarea a Tomás, ahora lo ayudo a C.”, agregó con una sonrisa Sofía.
La pareja no sale de su asombro por cómo se fueron dando naturalmente las cosas y lo bien que se incorporó a la familia.
“Él tenía muchas ganas de estar contento, recibiendo amor y contención. Lo notamos que está muy feliz. Nosotros sólo queríamos que tuviera un presente mejor. Es un hijo más para nosotros”, comentaron.
“Nuestro hijo Tomás vio algo en la difícil historia de C. que lo llevó a pedirnos de qué manera lo podíamos ayudar. Constantemente nos pedía que lo invitáramos a casa porque quería conocerlo más”. Lorena Sosa
“El vínculo con él fue inmediato. No lo conocía hasta que lo vi jugar un partido con una actitud y una garra... Cuando salió del vestuario lo abracé y le dije que me hizo emocionar por cómo jugaba”. Gustavo Vázquez
Un puente de contención
Las familias solidarias, como el caso de los Vázquez, son personas que deciden asumir la responsabilidad del cuidado integral de niños y adolescentes hasta que se resuelve la medida de protección excepcional. La convivencia es de carácter transitorio y no implica la adopción. “Se trata de un acogimiento por parte de las familias solidarias, respetando su identidad y sus vínculos afectivos de origen”, explicó Marianela Salazar, a cargo de la Dirección de Familias Solidarias de la provincia, perteneciente al Ministerio de Salud y Desarrollo Social.
El acogimiento es por un determinado tiempo (180 días), mientras se regulariza la situación de los padres ante la Justicia o hasta que el juez de Familia determine una medida de protección más adecuada.
Valeria Vejares, supervisora de los equipos técnicos del programa, aclaró que “el objetivo es la revinculación con la familia biológica, Si eso no se concreta, se solicita el estado de adoptabilidad del chico”.
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